Hay vida

Estaba yo pensando en el Rey y el verso de Maiakovski:«Por menos de un kopek se liquida una valiosísima corona». De pronto me llamó el Gobierno. Le dije: señor Gobierno, le habéis dado a Soraya más poder del que tuvo Isabel de Castilla, la prueba es que ya no se pone al teléfono. El Gobierno me dice que ellos tienen la mentalidad del opositor, aprietan los codos y se concentran para el tiempo del examen mientras nosotros vamos deprisa y, en cuanto a eso de dar todo el poder a la menina, es más burocracia que otra cosa, aunque nosotros le pongamos ese morbo.

No quiero recordarle en el día que bajan las cifras de paro que lo peor de las ruinas es que ocultan las serpientes. De las dolencias simuladas de los mendigos barrocos hemos pasado a los que se fingen abuelos locos o analfabetos para recuperar el dinero que les han robado los banqueros. No pueden cobrar de otra manera. Decenas de jubilados garrota en mano presentan certificados en los juzgados demostrando que sufren Alzheimer. Vivimos una picaresca sombría sobre una salsa explosiva con escraches, ejecuciones hipotecarias y cargas policiales.

Un dirigente socialista me pregunta: ¿por qué no pasan por la Audiencia las cinco empresas más grandes de los papeles de Bárcenas? Luego me reconoce que en las próximas elecciones el PSOE puede quedar como la monarquía en 1931. Pero explica que no hay alternativa a esta catástrofe, los indignados no quieren destruir el sistema sino volver a él; Ada Colau no es la Pasionaria.

Pienso que el desorden social dejará muy pronto de ser un desorden estadístico y le pregunto a un profeta de La brújula. ¿Hay vida después del diluvio? José Carlos Díez me dice que sí, que se parará el arca, surgirá el arco entre las nubes y la serpiente celeste anunciará crecimiento. Lo anuncia en el libro de moda: Hay vida después de la crisis. Antes de colgar, el Gobierno me había contado que Díez es un economista del PSOE, pero le aplauden en los platós como a un triunfador de San Isidro. Se nota que ha triunfado porque ya tiene enemigos. Los envidiosos le acusan de haber sido fontanero de Zapatitos.

Cree que la historia será despiadada con Angela Merkel, añora un Roosevelt europeo y es optimista porque cuando piensas que va a llegar lo inevitable sucede lo imprevisto. Se atreve a citar a Keynes, critica la pésima gestión de la crisis (la maldición europea). En contra de lo que creen los alemanes, engañados por sus políticos, cree el autor que ellos serían los más perjudicados en caso de una quiebra general.

Esperemos ya los altos ruiseñores de Heine y no las pedradas de números.